La idea de que la muerte de Cristo indudablemente salvará a aquellos por quienes Cristo murió no es una idea popular en nuestros días. Se presenta a Cristo como un mendigo. El promete; El ruega; El amenaza. Pero El parece no tener poder para llevar a cabo aquello que aparentemente El anhela mucho el hacer. Uno debería estar inclinado a preguntar, “¿Quién es este Cristo que está así tan obligado a rogar por la cooperación del pecador?” ¿Es el en verdad el Hijo de Dios tan igual y tan eterno, con el Padre y el Espíritu? ¿Ha pagado El verdaderamente por el pecado en la cruz – y si así es, porque todo este ruego y súplica? Sin embargo, esta presentación es común y considerada propia a fin de salvar a los pecadores.
Hay un grupo de antiguos himnos del evangelio los cuales presentan a Cristo como tal mendigo. Me gustaría citar algunos para mostrar cuán cierto esto es. Una canción dice así: “A la puerta de mi corazón largo tiempo el Salvador se paró; y él llamó muchas veces con Su mano atravesada por el clavo; Pero al final yo atendí y la abrí ampliamente y le pedí a El que entrará y que conmigo se quedará. He aquí a tu puerta El se para y llama; si cualquiera oyera Su voz y atendiendo el llamado su puerta, abriera, El entrará y los bendecirá ahí.” Otra canción expresa esto de esta manera: “He aquí, un Extraño a la puerta! El llama gentilmente; ha esperado mucho y aún está esperando; Usted no trata a ningún otro amigo tan mal. Levántate, tocado con divina gratitud; Deja a Su enemigo y al tuyo – ese monstruo destructor de las almas, el pecado; Y permite al Desconocido celestial entrar”. O, para citar solo una más escuchamos, “Si tú estás cansado de la carga de tu pecado, deja a Jesús venir a tu corazón, Si tú deseas comenzar una nueva vida, deja a Jesús venir a tu corazón. Precisamente ahora, cede a tus dudas; precisamente ahora, no lo rechaces más; Exactamente ahora, abre tu puerta; Deja a Jesús venir a tu corazón”.
¿Qué deberá decir uno de tales canciones? ¿Es este el Jesús Quién murió en el Calvario, el que así ruega? Pero tal Jesús es débil; El es ineficaz y le falta poder. El está dependiendo completamente de la voluntad del pecador para permitirle a El entrar al corazón.
En concordancia con lo anterior uno escucha sobre la radio y en cruzadas evangelísticas un constante ruego y súplica por el predicador de que el pecador acepte a Cristo antes de que sea muy tarde. A fin de poner al pecador en la disposición de ánimo adecuado, el órgano toca suavemente y el coro canta agradablemente, y todo este tiempo la súplica continúa. “Abran sus corazones. Dejen ahora entrar a Jesús. No esperen por mañana – el mañana quizás nunca llegue!”
Nuevamente, se presenta a un Cristo que es débil e impotente. Su expiación no puede cumplir con lo que estaba diseñado a hacer – a menos que el pecador en sí mismo esté dispuesto. ¿No es que tal presentación a veces le preocupa a Usted grandemente? ¿Qué clase de Salvador es Aquel que no puede efectuar aquello que El tanto quiere hacer?
El hecho es de que la Escritura no presenta a nuestro Salvador de esta manera. La Biblia presenta la poderosa obra de Cristo en la cruz como irresistible.
Hay algunos pasajes en la Escritura que parecen, en la superficie, presentar a un Salvador suplicante. Uno de los más llamativos de estos se encuentran en Apocalipsis 3:20, “He aquí, yo estoy a la puerta, y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Es evidente que sobre las bases de este texto, que muchas canciones hablan de abrir la puerta del corazón de uno. Evidentemente, la descripción de Jesús parado a la puerta del corazón del pecador está basada sobre este texto. ¿Pero es esto lo que el texto enseña? Lea cuidadosamente este pasaje de Apocalipsis 3:14-22. Cristo está dirigiéndose a la Iglesia de Laodicea, localizada en Asia Menor. Está Iglesia, de acuerdo al pasaje, no era ni fría ni caliente; era tibia, de manera que Cristo los iba a vomitar de Su boca. Era una iglesia apóstata. Esta iglesia se jactaba de su riqueza material – pero espiritualmente estaba atacada por la pobreza. Su situación, hablando espiritualmente no tenía esperanza. Esta no podría ser contada como la iglesia de Jesucristo. Sin embargo, habían en esa iglesia aún algunos que todavía temían a Dios y amaban a Cristo. Su número era muy pequeño. A ellos les habla Cristo en el versículo 20. Cristo llama a la puerta de la Iglesia en Laodicea y asegura a Su gente que permanecía ahí, que El no puede tener comunión con ellos en esta iglesia. Si es que ellos quieren disfrutar verdaderamente de la comunión con Cristo, ellos están llamados a abandonar a esa Iglesia sin fe y así disfrutar una vez más de las bendiciones de Cristo. Este es el ruego de Cristo dirigido a los creyentes reconocidos quienes aún residen en la iglesia falsa. ¡Y estos escuchan a Cristo y salen fueran a Su mandato! Pero esto dista mucho de aquella distorsionada presentación que se escucha en nuestros días.
Hay muchos pasajes que muestran que el Salvador no es un mendigo, sino más bien el Todo – Poderoso Dios. El habla en Isaías 65:1 “Fui buscado por los que no preguntaban por mí, fui hallado por los que no me buscaban…” Esta es la verdad, la cual Jesús enfatiza en Su propia instrucción a los discípulos en los relatos del evangelio.
Jesús dice en Juan 6:37 y 39 “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera… y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que los resucite en el día postrero”. Note que Jesús enfatiza fuertemente que el Padre da al Hijo a una gente específica – y aquellos que le son dados, vendrán. Negativamente, Jesús enfatiza que de aquellos que le son dados El no perderá nada. Para que este punto no sea mal entendido, Jesús dice nuevamente en el versículo 44, “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”. Le pregunto a Usted, ¿dónde encuentra uno aquí a un Jesús mendigando? ¿Dónde está la sugerencia de que la salvación depende de la voluntad del pecador de abrir la puerta de su corazón? No es que Cristo enfatiza exactamente lo contrario: ¿qué El con seguridad librará y salvará a los Suyos? El no necesita rogar o suplicar.
Así también Jesús enseña en Juan 10:16, “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz y habrá un rebaño, y un pastor”. La misma verdad declara Jesús en los versículos 27-29 de este capítulo, “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi padre que me las dió es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Ahora, eso es muy claro, ¿o no? Las ovejas de Cristo le son dadas a El; ellas escuchan Su voz; ellas siguen a Cristo; ellas nunca se perderán. Esto de una manera hermosa representa el poder, irresistible poder de la cruz.
Tampoco esto es todo. La escritura enseña que es Dios, Quien abre el corazón del pecador. Leemos en Hechos 16:14, “Entonces, una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo, y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía”. Jesús no llamó al corazón de Lidia, rogándole a ella que lo abra para El – sino que el Señor abrió ese corazón. La misma verdad está enfatizada en Filipenses 1:6: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” Así entonces, el comienzo de la obra de salvación es de Dios – aún hasta su conclusión.
Todos estos pasajes enfatizan con seguridad la verdad de que la cruz de Cristo es efectiva: cumple aquello que Dios ha determinado. Aquellos por los cuales Cristo murió van a ser salvos con seguridad. No pueden haber preguntas acerca de eso.
Esta verdad deberá ser fielmente proclamada en el mundo. Ha habido la pregunta de sí habrá alguien que venga a Cristo si es que no se les ruega a ellos. El predicador y su iglesia no deberían hacer tal pregunta. El llamado de la iglesia es el de proclamar fielmente toda la Palabra de Dios. Esa Palabra no debe ser comprometida. Y Dios con seguridad cumplirá Su propósito a través de la predicación de Su Palabra. Díganle al pecador de que Cristo muere por los pecados de Su gente – y ellos con seguridad que serán salvos. Díganle al pecador de que Jesús preserva a Sus ovejas de manera que ningún hombre las pueda arrebatar de Su mano. Díganle al pecador que todo aquel que cree tendrá la seguridad de ser eternamente salvo.
Cristo mismo declara tan tiernamente en Mateo 11:28, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” El habla a los que están trabajados y cargados. Estos están profundamente conscientes de sus cargas de pecado y culpa. Dios ha obrado en sus corazones; Dios ha abierto sus corazones para que éstos crean en el testimonio de la Escritura quienes por naturaleza están muertos en el pecado. El hombre malvado rechaza el reconocer y confesar el peso del pecado. El va por todo lado afirmando que él no tiene ninguna carga, que él no está trabajado ni cansado. Pero Cristo llama poderosamente a aquellos que vienen al conocimiento de su pecado a venir a El para un descanso. Estos ciertamente vienen y obtienen el descanso que ellos desean. De este modo debe hablar la iglesia a los trabajados y cargados – señalándoles a ellos a Cristo Quien ciertamente y sin duda da descanso.
La Palabra de Dios también declara en Isaías 55:1, “A todos los sedientos: Venid á las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.” Aquí, nuevamente está señalando al sediento. No todos reconocen su sed; solo lo hace al que Dios le abre su corazón. Pero ese tal confiesa que no tiene dinero para comprar. El no merece ni gana las bendiciones de la salvación. Pero aquí está la maravilla de la gracia: uno sin dinero, puede obtenerla. Jesús ciertamente provee a estos sedientos con Su propia vida. Ellos conscientemente vienen a El y están llenamente satisfechos.
¡Y qué gran consuelo le da esta verdad Escritural a el Hijo de Dios! Si mi salvación dependiera de otra vía, o en el más pequeño grado de mí mismo, de seguro que estaría perdido para siempre. No habría para mí ninguna esperanza. Qué desalentador sería para alguien que piensa que debe persuadir a los pecadores a aceptar a Cristo. Aquellos que son elocuentes y forzados a aparentar que tienen una medida de éxito – estos hablan de las almas que ellos han salvado. Pero otros parecen no tener nada. Ellos parecen ser unos fracasados. Cuán desesperado debe sentirse uno cuando le dicen que él debe aceptar a Cristo – cuando él comienza a ver que él es semejante pecador que por sí mismo, él nunca podrá aceptar a Cristo. Pero la Palabra de Dios nos asegura de que es Cristo Quien es tanto el Autor como consumador de la salvación. Cristo salva a los pecadores. Cristo abre el corazón de los pecadores. Cristo los lleva a ellos a arrodillarse en arrepentimiento y confesión de sus pecados. Cristo los preserva a ellos y los dirige en un caminar justo. Cristo finalmente los lleva a ellos a una gloria y vida eternas. Cristo lo hace todo, El Salva llenamente.
¡Qué seguridad da esta verdad al hijo de Dios¡ El está en la protección de la mano de Dios. Hay muchos enemigos que lo destruirían a él. El diablo, el mundo y nuestra propia carne conspiran para prevenir la salvación del pecador. Con todas estas fuerzas en contra de uno, no podría haber la esperanza de la salvación – si esa salvación dependiera de la acción del hombre. Las fuerzas de maldad pueden burlarse, perseguir pero ningún hombre puede tomar a estas ovejas fuera de la mano de Cristo. El los sostiene a ellos firmemente mientras ellos caminan por esta tierra – hasta que finalmente ellos sean glorificados con El.
Maravilloso, ¿no? a saber por fe que aquellos por los cuales Cristo murió podrán indudablemente entrar a la vida y gloria eternas. Esa es la maravilla de el poder de la cruz. ¿Usted también goza de esta gloriosa seguridad dada a todos aquellos que ama el Señor?
0 Comments