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Nuestro Único Consuelo

Por Rev. Carlos Haak

¿Cuál es tu consuelo en la vida? ¿En la muerte?

El consuelo es algo que todos queremos tener en la vida. Tener paz consigo mismo, ser aliviado de la miseria, poseer contentamiento y calma interior — ¡todos lo desean, por cierto!

Pero el consuelo es algo que pocos tienen. Pues, para algunos el consuelo es cuando todo va bien en la vida, cuando uno tiene todo lo que desea, buena salud y pocos problemas. Otros dirían que el consuelo consiste en la habilidad de deshacerse de lo malo, tener una voluntad fuerte, tomar lo amargo con lo dulce. Todavía otros dicen que el consuelo es el poder escapar de las realidades de la vida, sea por vacaciones, píldoras o bebidas.

El consuelo es algo que se necesita. Tómese, por ejemplo, una persona internada en el hospital, sufriendo los dolores del cáncer. Si usted preguntaría a esa persona, “¿Cuál es tu consuelo?”, él o ella te contestaría quizas que sus amigos le han colmado de visitas y regalos, o que tiene los mejores médicos de la ciudad. ¿Qué diría usted para consolar a esa persona? ¿Diría: “Las cosas podrían ser peores. Ten valor, mejores dias vendrán”?

Tómese otro ejemplo, una casa funebre. ¿Qué palabra de consuelo hablaría usted allí? Unos dirían que el consuelo es considerar lo bueno que hizo la persona difunta en la vida.

Otros, que la muerte viene a todos y lo que importa es que gocemos de la vida mientras se pueda. Y todavía otros, abrumados de tristeza, admitirían francamente que no se puede hallar consuelo en esta vida, que no hay lugar alguno en este mundo sin lágrimas. ¿Qué consuelo podría dar usted a los que así hablan?

Frente a todas las ideas mundanas de consuelo, frente a todas las tentativas de hombre de consolar a los entristecidos, el verdadero cristiano, no importan las circunstancias del momento, tiene el único consuelo tanto en la vida como en la muerte. Su consuelo se basa en la Biblia, la Palabra de Dios. En efecto, se pueda decir que la Biblia es la palabra de consuelo de Dios a su pueblo. Se manda al profeta Isaías a proclamar la palabra de Dios en Isaías 40:1, 2, “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo de servicio duro es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que ha recibido de la mano de Jehová el doble por todos sus pecados.” En estos versículos la palabra de consuelo es que la iniquidad de Jerusalén es perdonada, que ya ha cumplido su milicia, porque ha recibido de Dios el perdón de sus pecados. Isaías expresa la misma palabra calmante en 52:9, “Prorrumpid a una en gritos de júbilo, y cantad, soledades de Jerusalén;

porque Jehová ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén.” Allí, otra vez, la Escritura identifica el consuelo con la redención, es decir, con el perdón de pecados por la gracia de Dios. El apóstol Pablo nos da el mismo mensaje de consuelo en 2 Corintios 1:3, 4, “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación con que nosotros mismos somos consolados por Dios”. Aquí Dios se identifica como el “Dios de toda consolación”, es decir, toda consolación procede de Dios y se halla únicamente al estar en comunión con el. Dios es quien nos puede consolar en todas nuestras tribulaciones. Y el propósito por lo cual Dios nos consuela es para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación.

En resumen, lo que la Biblia nos enseña acerca de consuelo es lo siguinte: El consuelo es saber y reconocer que yo no soy mío propio sino que pertenezco, cuerpo y alma, a Jesucristo, quien me compró con su sangre, de manera que todos mis pecados son perdonados y me es dada la vida eterna.

¡Eso sí es consuelo! ¡Cuán maravilloso! Que yo, así en la vida como en la muerte, pertenezco a Jesús, o como leemos en Romanos 14:8, “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, ya sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.”

Ese consuelo que procede de Dios consiste de dos paries. En primer lugar, el consuelo cristiano es el conocimiento que no soy mío propio. No soy ni independiente ni confiado en mí mismo. Pablo escribe en 1 Corintios 6:19, “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuerio del Espfritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” Esto quiere decir que el hijo de Dios no confia en sí mismo para su consuelo ni tampoco en producto alguno de la sabiduría humana. Esto es, por supuesto, muy contrario a lo que nos gustaría pensar. En nuestro orgullo pensamos a veces que nuestra propia mente o fuerza nos podrá ayudar a salir de nuestras tribulaciones. Pero el consuelo cristiano es la confesión, “No soy mío propio.” Si fuera mío propio, entonces sería yo responsable personalmente por aquella enorme deuda de pecado que jamás podría cancelar sino únicamente acrecentar a diario.

En segundo lugar, el verdadero consuelo es el conocimiento que yo sí pertenezcoa mi fiel Salvador Jesucristo. Le pertenezco porque Jesús me compró con su sangre derramada en el Calvario donde el me redimió de mis pecados y me hizo suyo propio. El apóstol Pedro lo expresa de esta manera: “… fuisteis rescatados … no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como do un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18, 19). Yo le pertenezco a Jesús porque él por gracia me compró con su sangre en la cruz.

¿Qué significa pertenecer a Jesús? Pertenecer a Jesús significa que soy unido inseparablemente a él por la fe. Es decir, soy propiedad de él, él es mi dueño y es responsable de mí, tanto cuerpo y alma, en la vida y en la muerte, para el tiempo y para la eternidad. Esto significa que Jesús es responsable de mi ser entero y me guarda y me conduce a la gloria eterna de su reino. Además, significa que me gobierna por su Espíritu y gracia, y, siendo mi Señor, me proporciona todo lo que necesito para cuerpo y alma. Por lo tanto, puedo confiar en él y echar toda mi ansiedad sobre él, sabiendo que el tiene cuidado de mí (1 Pedro 5:7). Pertenecer a Jesús significa que puedo decir con el inspirado apóstol Pablo, “Y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Galatas 2:20).

Todas las cosas son controladas ahora por Cristo quien está a la mano derecha de Dios, y todos los sucesos de la vida son usados por Cristo para mi bien y me provecho espiritual.

Los problemas y dolores de esta vida presente no me pueden aplastar ni pueden cortar la bendita unión que Cristo por gracia conmigo. Fue esta condujo a Pablo hermosas palabras ha establecido conciencia que a escribir las halladas en Romanos 8, “¿Quién nos separará del amor de Cristo? … Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni postestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesus nuestro Señor” (8:35, 38, 39).

En conclusión, nótense dos cosas. En primer lugar, este consuelo es un consuelo único. No hay otra cosa en todo el mundo que nos puede consolar. Este consuelo cristiano no es el consuelo mayor, ni el consuelo mejor, ni el consuelo principal. Es el único consuelo. Mi consuelo no es que pertenezco a Jesús y que estoy sano y rico y fuerte. Mi consuelo no es que pertenezco a Jesús y que tengo una excelente póliza de seguro. No. Porque tener algo al lado de este consuelo único significa perder este consuelo. El único consuelo es pertenecer completa y exclusivamente a Jesús en la vida y en la muerte.

En segundo lugar, este consuelo es todo suficiente. Es suficiente para todas las circunstancias de la vida y para todos los horrores de la muerte. No importa lo malo que venga en mi vida, el pertenecer a Jesús significa que él me consuela y que él lo envía todo para mi provecho. El consuelo es saber que Jesús jamás me abandona y que todas las cosas, de una que otra manera, deben servir para mi bien. No, no siempre sabemos cómo es eso ni podemos siempre explicar cómo lo malo es para nuestro bien. El consuelo es creerlo. Cuando cosas malas nos sobrevienen, el consuelo es saber que Dios las ha enviado para nuestro bien, y que, en Cristo, nos concede también la gracia para soportarlas con gratitud. Esto es lo que el Espíritu Santo quiere decir en Romanos 8:28, “Y sabemos que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios, de los que son llamados conforme a su proposito.”

¿Es éste tu único consuelo, que no te perteneces a ti mismo sino al fiel Salvador Jesucristo? ¡Vive entonces sinceramente para él en gratitud todos los dias de tu vida!

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